El Archipiélago Gulag, por Jordan B. Peterson (1ra parte)

A continuación presento la introducción a la nueva edición en inglés del libro de Aleksandr Solzhenitsyn, El Archipiélago Gulag, que va a salir prontamente publicado. El reconocido psicólogo clínico Dr. Jordan B. Peterson gentilmente compartió el texto de la introducción que aquí publico en español. Esta es la primera parte. (original en inglés completo AQUI)

Primero, defiendes tu tierra natal contra los nazis, actuando como soldado y condecorado dos veces en el frente oriental del criminal Ejército Rojo Soviético. Después, te arrestan, humillan, y despojan de todo rango militar, y te acusan bajo los auspicios del Artículo 58 (de uso múltiple) por la difusión de «propaganda antisoviética» y te arrastran a la infame prisión de Lubyanka, en Moscú. Allí, a través de los barrotes de tu celda, observas a tu amado país celebrar la victoria en la Gran Guerra Patriótica. Entonces te condenan, en ausencia, a ocho años de trabajos forzados (pero te salió fácil; no pasó mucho tiempo que a personas en tu misma posición se les dio ¡un cuarto de siglo!). Y el destino no ha terminado contigo todavía, para nada. Desarrollas un cáncer mortal en el campo de trabajos forzados, soportas el exilio que se te impuso una vez que cumpliste tu condena, y quedas muy cerca de la muerte.

A pesar de todo esto, mantienes tu cabeza en alto. Te niegas a volverte contra el hombre o contra Dios, aunque tienes todas las razones para hacerlo. En cambio, escribes en secreto, por las noches, documentando tus terribles experiencias. Creas un recuerdo personal, un día en los campos de trabajo, y ¡milagro de milagros! ¡Las nubes se abren! ¡El sol brilla a través de ellas! ¡Tu libro es publicado, y en tu propio país! El reconocimiento no tiene precedentes, a nivel nacional e internacional. Pero el cielo se oscurece, una vez más, y el sol desaparece. La represión vuelve. Te conviertes (una vez más) en una “no persona”. La policía secreta —la temida KGB— toma el manuscrito de tu próximo libro. Sin embargo, ve la luz del día; pero sólo en Occidente. Allí, tu reputación crece más allá de lo que la imaginación más salvaje podía imaginar. El propio Comité del Premio Nobel te otorga el honor literario más alto.

Las autoridades soviéticas, despojadas de su camuflaje, se enfurecen. Ordenan que la policía secreta te envenene. Pasas (una vez más) cerca de la muerte. Pero sigues escribiendo: motivado, solitario, intolerablemente inspirado. Tu Archipiélago Gulag documenta la corrupción absoluta y total de los dogmas y las doctrinas de tu Estado, de tu Imperio, de tus líderes y de ti mismo. Y entonces: ¡El libro se imprime! No en tu propio país, sino una vez más en el Occidente, a partir de copias escondidas tan peligrosamente, y que se han pasado de contrabando a través de la frontera. Y tu gran libro irrumpe con una fuerza sin paralelo y terrible en el mundo literario e intelectual, todavía ingenuo y sin haberlo esperado. Eres expulsado de la Unión Soviética, despojado de tu ciudadanía, obligado a residir en una sociedad que te resulta extraña y la cual resiste, a su manera, a tus palabras proféticas. Pero el poder de tus historias y la fortaleza de tu moral demuelen cualquier reclamo que haya quedado acerca de la credibilidad ética y filosófica que todavía hacen los defensores del sistema colectivista que dio origen a todo lo que tu presenciaste.

Los años pasan (aunque no tantos, desde la perspectiva de la historia). ¿Entonces? ¡Otro milagro! ¡La Unión Soviética se derrumba! Regresas a casa. Te devuelven la ciudadanía. Escribes y hablas en tu patria reclamada hasta que la muerte te reclama, en el 2008. Un año más tarde, los responsables de establecer el currículo escolar nacional de tu país de origen consideran que El Archipiélago Gulag debe ser lectura obligatoria. Tu victoria imposible está completa.

Los tres volúmenes de El Archipiélago Gulag — un grito continuo y prolongado de indignación — son, paradójicamente, brillantes, amargos, incrédulos y llenos de asombro: admiración por la fuerza que caracteriza a los mejores entre nosotros, en la peor de las situaciones. En ese texto monumental, publicado en 1973, Aleksandr Solzhenitsyn condujo “un experimento en la investigación literaria”, una obra híbrida de periodismo, historia y biografía, algo muy diferente de todo lo que se haya escrito antes o después. En 1985, el autor otorgó su consentimiento a que Edward E. Ericson publicara un resumen en un solo volumen de toda la obra, la cual se vuelve a publicar aquí, en el quincuagésimo aniversario de la finalización de la edición completa en tres volúmenes y en el centenario del nacimiento del autor. El libro vendió unos treinta millones de copias en treinta y cinco idiomas. Entre las páginas del libro de Solzhenitsyn, además de la documentación de los horrores de las legiones de muertos, contados y no contados, y la descripción de las masas cuyas vidas fueron destrozadas para siempre, se encuentran innumerables historias personales escalofriantes, cuidadosamente conservadas, que hacen de la tragedia de la traición masiva, la tortura y la muerte no sólo una mera estadística que Stalin describiera con tanto desdén, sino también algo individual, real y terrible.

Se trata de un hecho histórico certero que El Archipiélago Gulag desempeñó un papel primordial en el poner de rodillas al Imperio Soviético. Aunque fue económicamente insostenible, gobernado de la manera más corrupta que se pueda imaginar, y dependiente de la esclavitud y el engaño forzado de sus ciudadanos, el sistema soviético logró seguir adelante en medio de tropiezos por demasiadas décadas antes de ser reducido a la nada con tremenda velocidad. Los valientes líderes de los sindicatos en Polonia, el gran Papa Juan Pablo II y el presidente estadounidense Ronald Reagan, con su insistencia brusca de que Occidente se enfrentaba a un imperio malvado, todos jugaron un papel clave en su derrota y colapso. Sin embargo, fue Solzhenitsyn y sus revelaciones las que hicieron vergonzoso defender no sólo el estado soviético, sino también el mismo sistema de pensamiento que hizo posible que ese estado haya sido lo que fue. Fue Solzhenitsyn quien de modo crucial argumentó que los terribles excesos del comunismo no podían ser convenientemente atribuidos a la corrupción de los líderes soviéticos, al «culto a la personalidad» que rodeaba a Stalin, o al fracaso en poner en práctica y adecuadamente esos principios marxistas utópicos que en sí mismos eran admirables. Fue Solzhenitsyn quien demostró que la muerte de millones y la devastación de muchos más fueron, en cambio, una consecuencia causal directa de la filosofía (peor, quizás: la teología) que impulsó el sistema comunista. Las doctrinas hipotéticamente igualitarias y universalistas de Karl Marx contenían ocultas dentro de ellas mismas el suficiente odio, resentimiento, envidia y negación de la culpabilidad y responsabilidad individuales como para producir nada más que veneno y muerte cuando se manifestasen en el mundo.

® Dr. Jordan B. Peterson

CONTINUARA…

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