El día que encontré a mi madre

Toda mujer, por naturaleza, es maternal. El ser maternal es un rasgo psicológico propio de toda mujer, sea casada o no, con hijos o sin ellos, sea madre biológica, psicológica o espiritual. La mujer sabe intuitivamente qué dar, cómo cuidar, el sufrir con y para los demás, porque la maternidad implica sufrimiento, y es una realidad infinitamente más valiosa a los ojos de Dios que conquistar naciones o amasar fortuna. Toda mujer, entonces, debe buscar ser la mejor madre, como todo hombre debe buscar ser el mejor padre que pueda. A toda madre, sea madre biológica, psicológica o espiritual, le dedico la siguiente historia…

Con ocasión de la celebración de la madre en algunos países, quiero compartir esta historia sobre su madre que me contó un gran amigo. Walter es electricista, casado, inmigrante a los Estados Unidos desde El Salvador. Un día, mientras armaba las conexiones eléctricas de una capilla que estábamos ayudando a construir, me contó cómo fue que llegó a los Estados Unidos: a buscar a su madre.

Walter es uno de siete hermanos. Nació en El Salvador, inmediatamente antes de que se desatase la cruenta guerra civil que azotó al país entre 1979 y 1992, en la cual murieron 75,000 personas (la mayoría civiles), hubieron 550,000 desplazados internos y 500,000 refugiados en otros países.

Su padre fue herido de gravedad al comienzo del enfrentamiento armado en un ataque de las fuerzas guerrilleras, por el cual no pudo caminar más. Debido a la pobreza por la que pasaban, la madre decidió ir a buscar mejor suerte a los Estados Unidos. El plan era encontrar un trabajo, enviarles dinero, y en cuanto fuese posible, traer consigo a su esposo y a los siete niños. Así fue que un día partió en busca de mejores condiciones.

Y nunca más volvió. Es más, nunca más escucharon de ella. Nunca supieron qué fue lo que pasó, si había muerto intentando escapar de El Salvador o en algún país de camino, o si había sido raptada o qué.

A medida que cada uno de los siete hijos alcanzaba la mayoría de edad, salían de su casa en busca de su madre. Primero la buscaron por todo el país al terminar la guerra, y en campos de refugiados en países vecinos. Pero nada. De a poco, cada uno los hermanos se fueron a vivir a los Estados Unidos escapando las duras condiciones del país al terminar la guerra. Fue así que se ubicaron en distintos puntos del país, con el objetivo de encontrar a su madre si todavía estaba con vida.

Todos los años realizaban campañas de búsqueda, yendo a distintas ciudades, imprimiendo fotos de su rostro, visitando iglesias y comunidades salvadoreñas, entrevistando a cuantos podían acerca de si la habían visto en algún lugar. Cuando salió FaceBook en el 2007, comenzaron campañas por internet, preguntando por doquier sobre su madre.

Un día de otoño del 2011, uno de los hermanos recibió el mensaje que esperaban por más de 25 años. Un hombre del mismo pueblo en El Salvador había visto bajo un puente de la ciudad de Los Ángeles a una mujer vagabunda con los rasgos de su madre.

“Inmediatamente mi hermano nos llamó a todos, nos organizamos, y nos encontramos en el aeropuerto de Los Ángeles el viernes siguiente. Fuimos al puente que nos indicó nuestro antiguo vecino, pero entre los vagabundos no estaba nuestra madre.”

“Pero ese deseo de verla después de tantos años no nos iba a desanimar, y decidimos repartirnos por toda la ciudad, buscando especialmente en los hogares de vagabundos cuando llegaban por las tardes. Mostrábamos su foto, pero nadie la reconocía. Tal vez porque habían pasado casi treinta años desde la última imagen que teníamos de nuestra madre.”

“Durante el día, manejábamos a lo largo y ancho de la ciudad, parando ante cualquier grupo de vagabundos que veíamos en las calles. Volvimos al puente una y otra vez, pero nada… hasta que un día, mientras volvíamos al estacionamiento, vi a una mujer vagabunda empujando un carro de supermercado. Era mi madre.”

“Corrí sin poder hablar, un sentimiento me llenó todo, y se me enjugaron los ojos. Mis hermanos, al verme salir corriendo, se llenaron de vida y corrieron detrás de mí. Habían pasado 27 años, pero una madre siempre reconoce a sus hijos, y sus hijos a su madre. Y en ese abrazo mutuo, nuestra madre nos pidió perdón.”

“Así fue que encontré a mi madre”, me decía Walter mientras arreglábamos los cables. Resulta que después de cruzar la frontera se enfrentó a muchas adversidades, no sabía la lengua, no consiguió trabajo, cayó en el alcohol y la droga, y la vergüenza fue tan grande que le dio mucho temor volver a su hogar fracasada. Todos esos años vivió en las calles, pidiendo limosnas y durmiendo bajo puentes. “No teníamos más que perdonarla, ella se imaginó que de bronca nunca la recibiríamos. Éramos todos niños cuando se fue, y así perdimos a nuestra madre temprano. Con sólo tenerla de vuelta, como sea, la alegría nos inundaba el alma. Las secuelas de haber vivido en la calle, el alcoholismo y la droga, le hacían muy difícil recomenzar una vida normal, pero a pesar de todo mi padre la perdonó y la recibió nuevamente en el hogar.”

Ese día Walter me mostró una cara muy dura de la vida que muchos tienen que enfrentar de niños. Perder a un padre o madre es una dura realidad, y más si pasa cuando más se los necesita. El perdón es el camino más seguro en la vida. Perdonar y pedir perdón. Y ser madres para los que nunca tuvieron una o que por situaciones trágicas de la vida la perdieron.

¡Feliz día de la Madre!

®Pablo Munoz Iturrieta

 

 

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