Stephen Hawking, el Big Bang, y la Creación

Días antes de morir en su hogar en Cambridge, Inglaterra, el 14 de marzo de este año, el renombrado físico Stephen Hawking entregó el que sería su último trabajo académico.  El trabajo contiene una explicación matemática innovadora que nos permitiría probar la existencia de otros universos paralelos. Es decir, si tales universos existen, ya no deberíamos hablar de universos, sino de multiversos o poliversos. El origen de los mismos, sin embargo, se deberían a la misma causa que la física atribuye al universo actual: el Big Bang, aquella gran explosión que dio origen al tiempo y el movimiento, es decir, la expansión del universo.

Según esta nueva teoría propuesta por Hawking antes de morir, el Big Bang dio origen a un multiverso y por lo tanto nuestro universo es sólo uno de muchos. Los cosmólogos definen este fenómeno como un conjunto de universos que existen en paralelo. A la vez, la teoría final de Hawking no sólo presenta la posibilidad de encontrar evidencia de que existen otros universos, sino que también hace una oscura predicción acerca de nuestro universo actual: eventualmente el universo se oscurecerá a medida que las estrellas quemen su energía.

Más allá de lo que podamos comentar acerca de esta nueva teoría, quiero referirme a aquello por lo cual Stephen Hawking es mundialmente conocido: el Big Bang, la teoría que explica el origen del universo, y que, por lo tanto, dejaría a Dios de lado. Al menos según Hawking ya no sería necesario el establecer que hace falta un Dios causante.

En el 2013 tuve el honor de tomar un curso sobre la noción de probabilidad aplicada a Dios. ¿Cuál es la probabilidad de que Dios exista? El curso fue dictado por el eminente filósofo canadiense Leslie Armour, miembro de la Royal Canadian Society. Armour se doctoró en Inglaterra en 1955, y conoció al mismo Hawking cuando éste era todavía estudiante, previo a la grave enfermedad degenerativa que padeció por décadas (esclerosis lateral amiotrófica). De modo anecdótico un día nos contó que, en los meses posteriores a su diagnóstico, Stephen buscaba una respuesta al porqué de su enfermedad. ¿Por qué a él? Es algo que todo aquel que sufre una tragedia se cuestiona. Es inevitable. Naturalmente, Hawking se dirigió a los filósofos de la universidad, los cuales estaban enfrascados en cuestiones lingüísticas, de probabilidad y análisis lógicos, totalmente olvidados de que la filosofía es sobre todo el estudio de la realidad, del ser, de todo aquello que da sentido a nuestra vida. Estos pensadores no tuvieron respuestas para Hawking, el cual se abocó a resolver su problema en la física. “¿Cuál es la probabilidad matemática de la felicidad?” Era una frase que, según Armour, preguntaba por doquier. Como no había, aparentemente, respuesta filosófica a su estado actual, y la matemática no ofrecía más que probabilidades (1 en 50,000 después de los 55 años), la única respuesta era el mero azar. Por eso se abocó a demostrar una explicación natural del universo, llegar al momento inmediato que precedía al tiempo y el movimiento, es decir, al momento anterior al Big Bang. Esto, según él, demostraría que Dios no existe. Si Dios existiese, él no sufriría atrapado a un cuerpo que cada día se inmovilizaba más.

En primer lugar, nunca debemos olvidar que la cosmología o física se encuentra dentro de las ciencias experimentales, y que muchos de sus postulados son meras teorías que habrán de probarse de modo experimental. Por otra parte, el tipo de discurso físico nos permite sólo describir una parte de la realidad. No existe un discurso único que explique el universo. No podemos remitirnos a un solo modo de hablar, algo que los sabios de la antigüedad tenían bien claro, pero que muchos pensadores contemporáneos parecen olvidar. No es sorpresa que Aristóteles, por ejemplo, allá por el siglo IV a.C., distinguía entre el modo de hablar de los poetas/teólogos, el modo de hablar filosófico, la retórica y o la biología. Al agua la puedo explicar con un discurso propio de la química (H2O), o teológico (el agua como símbolo de salvación por el bautismo), y en ambos casos probablemente tenga razón. Un discurso no excluye al otro. Pero si mi modo discursivo en principio excluye al resto, probablemente esté en peligro de caer en el error. Algo parecido pasa en aquellos que insisten en el discurso de los derechos y nada más, y terminan abogando por un crimen (la mujer ahora tiene el derecho de decidir…). ¡Nada más ilógico desde el punto de vista racional!

Volvamos a Hawking y su discurso cosmológico acerca del origen del universo, y la cuestión de la creación. Con respecto al Big Bang, hay mucho de mito, y es probablemente esta dimensión mítica lo que lo hace entretenido y objeto de un tipo de ciencia pop. Hawking popularizó la física (“now physics is back in business”, le gustaba decir). Pero al popularizarla en cierta manera la degradó, porque se olvidó e hizo olvidar que la física y su discurso propio no es el filosófico. La física o cosmología es un subdominio de la filosofía. La física habla el idioma de la física. Por eso no podemos pretender que la física hable en filosofía, como por ejemplo pretenden muchos físicos al hablar de creación en términos matemáticos. O más incoherente aún, hablar de felicidad como probabilidad matemática. La física es la ciencia de la naturaleza, la cual estudia elementos o propiedades concretos tales como la luz, la energía, la luz, el movimiento, la radiación, el calor, la mecánica, o la estructura de los átomos. La física por lo tanto es una ciencia que se “restringe” a estos fenómenos materiales. No da para más, y más no se le puede pedir.

Pero supongamos que el Big Bang puede ser establecido científicamente (nadie lo ha hecho todavía, y por eso no olvidarse de que pertenece a la categoría de “teorías”). Supongamos que hubo un Big Bang. ¿Qué deberíamos concluir? Que el cosmos alguna vez fue denso, totalmente denso, y ahora está en un movimiento expansivo que parece no tener fin. Esta teoría es realmente interesante. De niño observaba las estrellas en el cielo mágico de Barreal, San Juan, y más de una vez me aventuré dentro del Complejo Astronómico El Leoncito (CASLEO), el observatorio astronómico más importante de Argentina, y en su momento uno de los más importantes del mundo. Tengo grabadas en mi memoria las pantallas de las computadoras con imágenes de estrellas ante la mirada atenta de los científicos alemanes, argentinos y norteamericanos que estudiaban en el lugar. Y luego el momento culmen: un amigo nos llevó a la planta superior, abrió el techo del observatorio, y sacó a “observar” al inmenso telescopio reflector de 40 toneladas. Otro momento que se me grabó en mi imaginación de niño fue el paso del cometa Halley. En el oscuro y temible cielo sanjuanino, poblado de millones de estrellas y galaxias, había sido testigo de miles de meteoritos que cruzaban cada noche su cielo majestuoso. El cometa Halley, sin embargo, fue algo totalmente distinto. Para mí era como observar una estrella en movimiento, tan veloz que dejaba una estela de fuego por donde pasaba. Si hubo un Big Bang, esa fue mi primera experiencia de las secuelas que dejó el fenómeno en nuestro universo.

¿Qué me puede ofrecer la física al respecto? Nada más. Me dice que la densidad del universo es un fenómeno raro (sólo las estrellas, y planetas, y los cometas y meteoros perdidos en el espacio tienen densidad, pero la mayoría del espacio no es denso, lo cual abre la posibilidad a las travesías espaciales). Esto es un gran aporte con respecto al “comportamiento” de la realidad corporal. Pero no nos dice nada con respecto al “origen” del cosmos, que era el interés principal de Hawking. Y nunca lo podrá decir, porque no pertenece a su discurso, y no está dentro de su objeto propio de estudio la “creación” del universo. Que la física hable de luz, y materia, y radiación, pero que no hable de creación, porque está fuera de su esfera de estudio. Es como enseñar a leer con números, o explicar el concepto de belleza con la tabla periódica.

Si miramos al universo, o multiverso, desde una perspectivamente pura y estrictamente física, Aristóteles ya afirmaba que es imposible que haya un “primer evento” o hecho. Si retrocedemos en el tiempo y movimiento, como propuso Hawking en su tesis doctoral, y notamos que la multiplicidad es algo raro (como en el comienzo del Big Bang), la pregunta es: “¿Por qué en ese momento y no antes?” La respuesta adecuada tendría que ser “Porque no estaban dadas las condiciones”. Pero ¿qué significa que “tendrían que darse las condiciones adecuadas”? Si tendrían que darse las condiciones adecuadas (como afirma Hawking), entonces ¡algo tendría que haber ocurrido o existido anterior al Big Bang! Por eso es que Aristóteles afirmaba que es imposible que haya un “primer evento” en el universo, porque cada evento presupone algo anterior, por lo cual aquello “primero” dejaría de serlo tal. Pero supongamos que el Big Bang es ciencia y no mera concepción literaria o imaginaria. Como tal, es un hecho sumamente interesante. Pero no dice más. Tal es el límite del discurso propio de a física.

Ahora hablemos en términos filosófico/metafísicos. La cuestión de la creación, entendida como la emanación de todo ser realizada por un ser supremo, es una cuestión que ha ocupado la mente filosófica y religiosa durante siglos y no es parte de la misma discusión acerca del Big Bang. Que el universo es creado fue probado metafísicamente por Platón y Aristoteles, y reafirmado en síntesis sin igual por Tomás de Aquino. El universo se encuentra en un estado de dependencia metafísica con respecto a su ser. Ahora bien, esa realidad emanada puede ser de duración finita yendo hacia el pasado, como lo presenta la Biblia, o de duración eterna en completa dependencia de la realidad superior, como lo entendió Aristóteles. La filosofía tiene sus límites. Puede afirmar que el universo es creado, y tiene su origen en un Ser primero, pero no puede resolver la cuestión acerca de su temporalidad o eternidad. Aristóteles afirmo que era eterno, y ese fue su error, porque no tenía los elementos para afirmarlo. Tomás de Aquino dijo que, ante tal evento, es mejor callar como filósofos. La biblia nos enseña que el universo comenzó a existir en un determinado momento, y por eso los teólogos hablan de creación temporal a partir de la nada. Pero eso pertenece al discurso teológico. Filosóficamente podría ser cualquiera de las dos opciones: creación eterna o temporal. Pero el hombre busca siempre una respuesta, y los físicos son también seres humanos, y en cuanto tales están sumamente interesados en cuestiones acerca del origen absoluto de la realidad. Esto es muy loable. El problema, entonces, no es que Hawking se haya planteado importantes preguntas teológicas y filosóficas, sino el haber respondido en el lenguaje de la física. Esa fue su equivocación mayor. Es como explicar el resurgimiento volcánico sub-oceánico en términos medicinales. Mas incoherente imposible.

 

2 Comentarios

  1. Muy buen comentario! Pero me atrevo, en un trozo dialéctico, a decirte q la Biblia nunca habla de finitud creacional del universo, sino solo del «cielo y la tierra», lo q hoy podría traducirse, en términos científicos, como «sistema solar». Al contrario, cuando se refiere al universo, la Biblia lo alude como eterno, al igual q a su mas importante habitante: Dios. Dios y el universo, segun la Biblia, son infinitos y eternos; y los cielos y la tierra, son creación de Dios, y tuvieron un comienzo no precisado.

    Me gusta

  2. Bien respetable tu punto de vista; pero…
    No deberíamos hablar ya de múltiples universos, en cambio sí de múltiples BIG BANGs en un único universo…

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s