En un mundo confuso que se alza contra la razón y la fe, es más necesario que nunca volver a beber de las fuentes de la sabiduría verdadera, la cual ha sido ejemplificada en los hombres y mujeres más sabios que nuestra civilización occidental ha dado. En este día propongo conocer más acerca de un hombre cuya mente y sabiduría conjugó las Sagradas Escrituras, la ciencia contemporánea y la filosofía perenne. Este escrito es parte del primer capítulo de una monografía que preparé en la secundaria cuando tenía 17 años.
Existe la idea romántica de que el siglo XIII fue una época de equilibrio armónico, de orden estable y de florecimiento sin trabas de la Cristiandad.
En primer lugar, hay que decir que la Cristiandad del siglo XIII se encuentra enérgicamente condicionada por el hecho de que era sólo un pequeño grupo en medio de un mundo gigantesco no cristiano. El mundo árabe se había impuesto no solo por su poderío militar y político (había conquistado la mitad de los dominios romanos, toda África, el cercano Oriente y la mitad de España), sino también por su filosofía y ciencia, que, mediante traducciones del árabe al latín, se habían establecido en gran medida en el corazón de la Cristiandad, como, por ejemplo, en la Universidad de París. Ciertamente que esta filosofía y esta ciencia no eran de origen y carácter islámicos; es la antigua razón, es Aristóteles[1] quien había penetrado en el mundo intelectual de la Europa cristiana por caminos tan sorprendentemente avasalladores; de todas formas, es algo primariamente extraño, nuevo, peligroso, pagano.
La Cristiandad del siglo XIII respondió también de una forma muy activa. En este siglo no se construyeron solo las grandes catedrales. También se fundaron las primeras Universidades, las cuales iniciaron la conquista de la antigua ciencia mundana y, en gran parte, la completaron. Otra respuesta creadora de la Cristiandad se esconde bajo el término de “Órdenes mendicantes”. Estas nuevas comunidades se vincularían a la institución de la universidad medieval.
Esta época fue todo lo contrario a un siglo “armónico”.
No obstante, es en este siglo XIII cuando se consiguió por un corto espacio de tiempo algo así como un acorde y una “perfección clásica” que duró de tres a cuatro décadas. Fue un período de tregua: la tregua de la plenitud del siglo XIII.
En este corto momento histórico se halla la obra de Tomás de Aquino.
Tomás nació alrededor de 1225 en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, una pequeña ciudad entre Roma y Nápoles, en Italia. A los cinco años de edad es enviado a la escuela en la cercana Abadía de Montecasino. Diez años después se “traslada” a Nápoles. A la edad de diecinueve años Tomás ingresa en la Orden de Predicadores. En su propio caso no tiene lugar sin considerables conflictos.
Tomás de Aquino deseaba ser fraile. Era un hecho conmovedor para sus contemporáneos y es un hecho intrigante para nosotros, pues este deseo fue la única cosa práctica a la que su voluntad estuvo asida hasta la muerte con tenacidad diamantina. No sería abad, ni monje, ni aun prior en su propia confraternidad, ni siquiera fraile prominente e importante; sería meramente un fraile. Es, según dijo Chesterton, “como si Napoleón hubiera insistido en ser un soldado ordinario toda su vida”[2].
Cuando sus hermanos de religión en Nápoles buscan apartar cuanto antes mejor al novicio recién llegado de la esfera de poder de su familia y también del emperador Hohenstaufen[3], Tomás es destinado rápidamente y se pone en marcha a París, pero sus propios hermanos le apresan, probablemente con la ayuda imperial, y le encierran largo tiempo, tal vez un año, en un castillo de su padre. Aprovecha el tiempo y hace una copia o resumen de un escrito de Aristóteles. Finalmente es puesto en libertad y continua su viaje hacia París.
Tomás llega a la Universidad occidental primeramente como estudiante; más tarde será uno de sus más grandes maestros. En París conoce al fraile Alberto Magno[4], y se hacen grandes amigos. Ambos marchan juntos a Colonia donde Alberto ha de erigir una escuela de la Orden.
A los veintisiete años Tomás es llamado a París para trabajar en primer lugar como maestro en la escuela de la Orden de Predicadores. Más tarde llega a ser profesor de teología en la propia Universidad, frente a una considerable oposición que no se dirigía tanto contra su persona como contra la influencia cada vez más fuerte de las órdenes mendicantes en la universidad. Tomás se verá afectado muy drásticamente por estas disputas. Pero a pesar de todo, en los primeros escritos de Tomás, no aparece turbación alguna ni siquiera en una frase. Hay algo nuevo en la imagen del hombre encarnada por Tomás: la clausura se convierte en clausura interior, en una celda de contemplación erigida y conservada interiormente, conservada a través de la agitación de la vida activa, de la enseñanza y de la discusión intelectual.
Esta agitación la experimentó Tomás en medida abundante. abandona su cátedra de la universidad de París en 1259, pero solo para empezar entonces una vida viajera donde llevó siempre consigo una tarea: el encargo de exponer, enseñando y escribiendo, la totalidad de la visión cristiana del universo. En primer lugar, es enviado a Italia con un encargo de la orden que principalmente se refería a la organización de los estudios. Después, el Papa Urbano IV lo lleva por tres años a su corte en Orvieto. Se va preparando una posibilidad de que el Oriente cristiano se pueda unir de nuevo con la Cristiandad occidental. Tomás es el encargado de preparar teológicamente el camino.
En 1269, la dirección de la Orden le llama por segunda vez a la Universidad de París. Allí discute contra dos posturas filosóficas-teológicas fundamentales que afectan muy de cerca a la orden, y cuya formulación, aclaración y defensa había sido hasta entonces el único afán del propio Tomás. En este trance Tomás se encuentra totalmente sólo. En estos años parisienses escribió Comentarios a casi todas las obras de Aristóteles, un Comentario al Libro de Job, al Evangelio de Juan, a las Epístolas de Pablo, las grandes Quaestiones disputatae sobre el mal y sobre las virtudes y la vasta segunda parte de la Summa Theologica. Con ello no se aparta Tomás de la polémica, sino que sus trabajos son precisamente aportaciones a la misma, aunque no considerase a sus escritos propiamente como polémicos.
En 1272 la discusión se hace tan aguda que la dirección de la Orden decide que Tomás deje París. Es así que Tomás regresa a Nápoles. Después de pasado un año, le llega de nuevo un encargo pontificio de tomar parte en el Concilio Ecuménico que iba a inaugurarse en Lyon en la primavera de 1274. En el camino hacia allí enferma y muere el 7 de marzo de 1274, sin todavía haber cumplido los cincuenta años de edad.
Probablemente la revelación más fiel de lo que fue su vida puede encontrarse en el famoso cuento del milagro del crucifijo cuando en la soledad de la iglesia de Santo Domingo de Nápoles una voz habló desde el Cristo esculpido y dijo al fraile arrodillado que había escrito muy bien sobre Él, y le invitó a escoger una recompensa entre todas las cosas del mundo. Podría haber pedido la solución de una antigua dificultad, o también el secreto de una nueva ciencia, o una chispa de la para nosotros inconcebible mente angélica de los ángeles, o cualquier cosa que hubiera satisfecho de veras su apetito varonil. La cuestión es que, para él, cuando la voz habló de entre los brazos abiertos del crucificado, aquellos brazos estaban verdaderamente abiertos y abriendo gloriosamente las puertas de todos los mundos. Estaban verdaderamente arrojados con un gesto de omnipotente generosidad; el creador mismo ofreciendo la misma creación, con todo su misterio millonario de seres separados y el coro triunfal de las criaturas. Ese es el fondo resplandeciente del ser múltiple que da particular fortaleza y aún una especie de sorpresa a la respuesta de Tomás de Aquino cuando este levantó por fin su rostro y dijo con la audacia del hombre justo: “Elijo a Tú mismo”.
Meses antes de ponerse en viaje para Lyon había cesado de escribir, a pesar de que muchos discípulos y amigos le instaban a ello. Tomás se niega a escribir o a dictar una sola línea. Y permanece en su decisión. “Todo lo que he escrito me parece paja”. Más tarde completó la frase: “Todo me parece paja comparado con lo que he contemplado”. En estas palabras se pone de manifiesto algo que no puede silenciarse: el hecho de que Tomás no fue sólo filósofo, teólogo y profesor universitario, sino también un místico, un hombre unido a Dios.
©Pablo Muñoz Iturrieta 2019 (1999)
[1] Aristóteles: filósofo griego nacido en Estagira (Macedonia) el año 384 a. de C. Y muerto en Calcis (Eubea) el año 322 a. de C. Fue discípulo de Platón y preceptor de Alejandro Magno. El año 335 a. de J.C. fundó en Atenas la escuela del Liceo, llamada también peripatética. Aristóteles fue uno de los pensadores más grandes de todos los tiempos. Aunque discípulo de Platón, pronto se separó de su maestro, con el que no estaba de acuerdo. El realismo de Aristóteles se opone así al idealismo de Platón. Este realismo de Aristóteles constituye la base de su lógica: “Se está en lo cierto cuando se une lo que en realidad está unido; en caso contrario, se yerra”. Se trata, pues, de un realismo sustancialista.
[2] Chesterton, Santo Tomás de Aquino.
[3] Federico II Hohenstaufen (1218-1250): hijo del emperador Enrique VI y nieto de Federico I Barbarroja, nació en Iesi (marca de Ancona, Italia) el año 1194. Su madre, la emperatriz Constanza, era de origen normando y habría heredado de su padre, Guillermo II, el reino de Sicilia. De esta forma Federico II logró unir en su persona el floreciente reino normando, establecido en el sur de Italia desde hacía un siglo y la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. Inteligente, y ambicioso y sin escrúpulos, quiso convertirse en dueño y señor absoluto del Occidente cristiano imitando las despóticas formas de gobierno de los monarcas orientales. Personalidad extraña y complicadísima, su desconcertante proceder constituye uno de los grandes enigmas de la historia.
[4] Alberto Magno se llamaba Alberto de Bollstadt y había nacido en Lauingen, Alemania, el año 1193. Murió en Colonia en 1280. Hacia el año 1223 ingresó en la Orden Dominica. Explicó filosofía y teología en Colonia, Hildesheim, Lausana, Friburgo, Estrasburgo, Ratisbona y París. En 1249 fue nombrado rector de la Universidad de Colonia y en 1260 obispo de Ratisbona, cargo al que renunció dos años más tarde. Después de asistir al segundo Concilio de Lyon, regresó a Colonia, donde permaneció hasta su muerte. Maestro de Tomás de Aquino, facilitó enormemente su labor, pues utilizando los trabajos de los filósofos musulmanes y judíos que habían aportado a Occidente la traducción de las obras de Aristóteles, Alberto pudo construir una auténtica enciclopedia del saber. Como Tomás y a diferencia de los que seguían las corrientes platónicas-agustinianas y averroístas, defendió la armonía entre la razón y la fe y la capacidad de la mente humana para conocer la verdad. Fue también un investigador audaz en muchos campos de la ciencia, especialmente la química.
Ya lo escribì y Word Press no lo incorporò como enviado o publicado. Lo lamento. RDCFerrero
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Es sorprendente tu redacción de Santo Tomás de Aquino a los 17 años, eso habla de mucha lectura, vivencia y preparación previa antes de escribirlo, te felicito y te agradezco mucho que nos lo compartas.
¿Qué recomiendas para empezar a leer de Santo Tomás?
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